El esclavo salió del pozo de cadáveres una noche sin importancia.
Lo habían arrojado allí casi desangrado para que no tuviera fuerzas para moverse.
Pero si para tardar en perecer.
Había aceptado su muerte... cuando oyó gritos fuera.
Gritos de pánico.
Pánico de la gente que lo había arrojado a morir.
De repente, una espada manchada de sangre espesa y brillante cayó al pozo.
El esclavo no supo que le motivó a lamer la sangre de aquella espada, pero al hacerlo la sangre le supo a poder y lo cambió para siempre.
Al salir el esclavo contempló la alfombra de cadáveres que antes fuera la orden que lo secuestró, torturó y dejó a morir en un pozo lleno de cadáveres y no pudo sino carcajearse a pleno pulmón llenando la noche del sonido de su deleite.
El esclavo era hermoso. Su voz era tan hermosa y cautivadora como su faz, por lo que cuando fue a la ciudad de los inmortales sus dones le reportaron un gran número de seguidores.
Pronto, se encontró cantando gestas en el mismo salón del padre de los inmortales y sus hijos directos.
Sin embargo, a pesar de ser inmortal, a pesar de todo su poder, era aún esclavo.
Esclavo de aquellos más antiguos que él, que le recordaban con sorna que podían matarlo cuando y como quisieran. El esclavo se encontró odiando a sus nuevos maestros y ansiaba libertad y poder para vengarse.
Cuando los terceros inmortales fueron a matar a los segundos el esclavo no les siguió.
Le pareció que los segundos eran un premio de consolación en comparación con usurpar el poder al mismísimo padre de los inmortales. Cuando llegó al palacio del padre con su ejército de seguidores clamó a los cielos que lo mataría retándolo a un duelo singular.
El esclavo descubrió con horror que nunca había tenido la más mínima oportunidad.
El padre de los inmortales no solo lo humilló, deformó su belleza, le usurpó la vista y rompió hasta el último de sus huesos. El padre de los inmortales cogió el despojo que alguna vez fuera el esclavo y se lo lanzo a sus seguidores con una orden de destierro y una amenaza.
Los seguidores del esclavo sacaron su penoso cuerpo de la ciudad y se marcharon.
Le habrían abandonado, de no ser porque el padre cometió un error.
No quitarle su hermosa voz.
Y eso le fue suficiente para convencerles de quedarse a su lado. Al esclavo entonces se le personó una entidad de algún plano desconocido una noche sin importancia mientras yacía inútil en la oscuridad de una cueva.
-Veo que tu faz esta deformada, tus ojos inútiles y tu cuerpo roto.
El esclavo sonrió con desdén.
-No me es desconocido mi estado ¿qué te trae a mí, entidad foránea?
-Tu odio. Y una oferta.
-Habla pues, criatura.
-Yo, arreglaré tu cuerpo y te daré el poder para matar a tus antiguos maestros y ser al fin libre. A cambio, tan solo te pido un pequeño favor.
- ¿Cual?
-Destruye y crea tanto caos como te sea posible para mi deleite y el de mis hermanos. Te daré más poder conforme más caos crees.
El esclavo desnudó sus dientes en una sonrisa macabra.
-Tenemos un trato.
Esa misma noche, nació el azote de los inmortales.
Texto: Pablo Sanz
Ilustración: Zdzisław Beksiński.







